LOS SENTIDOS DE LA
VIOLENCIA ESCOLAR
Dr. Jorge Baeza C.
Sociólogo y Doctor en Ciencias de la
Educación, actualmente se desempeña como académico-investigador del Centro de
Estudios en Juventud (CEJU) de la Universidad Católica Silva Henríquez,
Santiago, Chile.
Dr. Mario Sandoval M.
Trabajador Social y Doctor en
Sociología es académico-investigador y Coordinador del Centro de Estudios en
Juventud (CEJU) de la Universidad Católica Silva Henríquez, Santiago, Chile.
Resumen
El presente artículo da cuenta del
fenómeno de la violencia en las Escuelas; el objetivo es hacer inteligible el
horizonte que la violencia quiere significar, detectar su sentido. A través de
la violencia en las Escuelas hay un malestar que se quiere expresar, sin
ninguna duda. Sin embargo, suponer que los episodios de violencia lo dicen de
un modo directo y sin doble discurso es simplificar el problema y cerrar la
posibilidad de realizar una hermenéutica.
Palabras clave:
Violencia, escuela, juventud, sentido.
Los diferentes
sentidos clásicos del fenómeno de la violencia en la escuela
Querer comprender la violencia escolar
implica reconocer que no basta explicarla. No basta aislar ciertos factores que
pueden ser el sustrato de dicha violencia, sus presuntos determinantes, sino suponer
que dicho fenómeno algo quiere decir, que los actores de la violencia intentan
enunciar algo que por alguna razón no logran decir de otro modo.
Debemos, entonces, hacer inteligible
el horizonte que la violencia quiere significar, detectar su sentido. A través
de la violencia en las Escuelas hay un malestar que se quiere expresar, sin ninguna
duda. Sin embargo, suponer que los episodios de violencia lo dicen de un modo
directo y sin dobles discursos es simplificar el problema y cerrar la
posibilidad de realizar una hermenéutica. La violencia no habla siempre de un
modo directo, hay que identificar y traducir los discursos que están en juego.
Si bien, la Escuela no es el único
lugar de violencia, es acertado pensar que ella sería un lugar privilegiado
donde la sociedad puede verse a sí misma y ver su violencia. ¿Por qué este
privilegio de la Escuela como ventana de la violencia de la sociedad? Probablemente
porque frente a la violencia en la Escuela la sociedad no reacciona de la misma
manera que frente a la violencia en otros lugares. La violencia en la calle, en
el estadio o en otros lugares, se la reprime, se la sanciona, se la juzga y,
cuando se puede, se la encarcela. Sin embargo, en la Escuela no (todavía).
En la Escuela la violencia es
interrogada, se la quiere comprender. Hay algo de insoportable en aplicar la
lógica represiva en las Escuelas, a riesgo de ver entrar a nuestros jóvenes en
las comisarías o en las cárceles. La violencia en la Escuela tiene de
particular el hecho que nos interpela, nos interroga a nosotros mismos:
académicos, profesores, directivos, autoridades, y a todos los implicados en la
educación. Es así, entonces, que la Escuela funciona como ventana para mirarnos
como individuos y como sociedad. Es por ello, que la violencia en la Escuela,
aparece como espacio desde el cual es posible pensarnos e interpretarnos.
Investigaciones realizadas en los
últimos años (Sandoval y otros, 2004, 2007, 2011, Baeza, 2001) nos permiten
identificar los siguientes sentidos de la violencia escolar:
La violencia como
obtención de valor, status o respeto:
El uso de la violencia es
frecuentemente presentado como un modo de alcanzar cierto status en el grupo de
pares, lo que permite influir en ellos. La violencia es un modo de hacerse
respetar –dicen los jóvenes–, de hacerse escuchar, de existir para los otros
desde una posición de superioridad o poder. No aceptar provocaciones peleando
es un modo de obtener respeto, sobre todo los alumnos nuevos. Imponer respeto
se articula dialécticamente con la figura negativa de no ser pasado a llevar(1).
Esta es una posición indeseable, según ellos, puesto que sitúa al sujeto en una
posición donde es hostigado, humillado y pierde su valor. En el límite, si no
impongo respeto, soy, necesariamente, pasado a llevar. Desde esta creencia la
violencia toma a veces un sentido preventivo: el sujeto provoca, alardea o
pelea para imponer respeto y evitar ser pasado a llevar. No se es molestado y
además la opinión del sujeto cuenta.
La violencia como
defensa de uno mismo, de otros o de un territorio:
Los jóvenes presentan la defensa de sí
mismo como una función capital de la violencia, pero se distinguen en sus discursos
dos dimensiones: defenderse “físicamente” y defenderse “psicosocialmente”. Lo
que se defiende aquí es la autoestima, la imagen frente a otros. Los jóvenes hablan
de una necesidad de mantener, cuidar o incluso mejorar la propia imagen frente
a los pares, preocupación que es un motor no despreciable de la violencia. En
la violencia física no tiene importancia la mirada, el juicio o la opinión del
grupo de pares, y es claramente dual, sin tanta gravitación social.
La violencia como
modo de resolver conflictos:
En los jóvenes con un cierto
“historial” de violencia en sus Escuelas, el recurso a la pelea, al matonaje,
no es siempre el signo de la imposibilidad de resolver un conflicto, sino una
manera, a veces eficaz, de resolverlos. La resolución de la pelea a través de
un ganador, no solo pone fin a la pelea misma, sino también una seguidilla de
conflictos que se han dado históricamente entre los propios pares. De esta
forma, resolver un conflicto da sentido a la violencia cuando ésta se ejerce
para poner fin a un hostigamiento, para terminar con cierta rivalidad de grupos
o pares, para tranquilizar a un agresor, o en la figura de pelear la amistad.
Esta última figura se refiere a que los roces o conflictos con un amigo, que
amenazan con poner fin a la relación o conducir a un enfrentamiento mayor, se
resuelven a través de una pelea, de modo que lo que enturbiaba el vínculo se
“descarga” o se “limpia”. Contra el dicho popular según el cual “violencia
genera más violencia” en esta figura los jóvenes significan que “la violencia
pone fin a la violencia”.
La violencia como
catarsis:
En relación a esa suerte de deshacerse
de lo que enturbia un vínculo, los jóvenes de nuestras investigaciones
presentan la violencia como un modo de desahogo emocional o descarga energética.
El desahogo emocional o descarga energética tiene que ver con evacuar emociones
de tristeza, pesar, irritación, humillación, ira, y sentirse mejor luego de una
pelea. Frecuentemente, se trata de un afecto ingrato que no pudo ser descargado
en un conflicto con un tercero ante quien el sujeto no pudo reaccionar.
La violencia para
entretenerse:
Muchos de los entrevistados en
nuestras investigaciones refieren entretenerse cuando son protagonistas o
espectadores de un acto violento. De esta forma, puede leerse cierto placer al
ser protagonista de un hecho violento, placer que en otras oportunidades
también surge sustentado en las largas jornadas escolares y sus rutinas, que
elevan el aburrimiento a niveles insoportables.
A falta de algo mejor que hacer, la
violencia emerge como una posibilidad cierta para hacer frente al tedio. No
sólo siendo protagonista el joven puede entretenerse, sino también siendo
espectador de un “show” violento.
La violencia como
reivindicaciones sociales:
La violencia puede tomar sentido para
los jóvenes desde una ideología o desdeuna posición social, particularmente la
marginación. Desde la ideología se justifica la violencia sobre alguien que
ejerce o defiende la brutalidad política o social a través del autoritarismo.
Por otro lado, la condición de “marginado socialmente” daría pleno derecho –a
ojos de los jóvenes– a ejercer la violencia, y esto incluye lo que dicen
alumnos de nivel socioeconómico alto. Es interesante que los jóvenes distinguen
este fundamento ideológico o social de la violencia de la venganza, cuya naturaleza
la entienden como netamente individual.
Por cierto que aparecen otros
elementos, aunque menos saturados en el discurso, que apuntan a darle un
sentido a la violencia: por ejemplo, el presentarla como una manera de obtener
bienes o dinero de otros; la autoafirmación; la necesidad de pasar suertes de
pruebas iniciáticas para hacerse aceptar por un grupo de pares, y otros.
Una nueva figura en
la violencia escolar: El rompedor
La educación y la Escuela son hoy
objeto de discursos respecto a su importancia estratégica cuando se trata de
considerar las posibilidades de los países para desarrollarse. Sin embargo,
como lo señala Follari (1996), la educación y la Escuela, sociológicamente
hablando, tienen una inevitable función conservadora. Es decir, que lo escolar
viene a consolidar, transmitir y sostener valores previamente consolidados y
legitimados socialmente. Esta característica de lo escolar, que ha sido
funcional al mantenimiento de su status, se ha vuelto extremadamente
problemática.
La Escuela, hija de la modernidad
parece no saber y no poder responder a los tiempos actuales. Su mandato inicial
de constituirse en faro que abría a la posibilidad de la decisión razonada, parece
ser insuficiente en un mundo en el que el mercado y la tecnología aparecen como
los grandes valores. En este contexto, situaciones tales como los bajos logros
académicos y las escasas expectativas que tienen tanto algunos docentes como
sus alumnos generan frustración.
En este marco, un aspecto que inquieta
de la violencia juvenil y escolar, es que hoy no se trata de la figura del
revolucionario clásico o del rebelde, sino del rompedor. Los primeros ejercen
la violencia necesaria dentro de un proyecto; su irritación, su ira, su
agresividad o su comportamiento desafiante, tiene un sentido: quieren destruir
algo, a veces violentamente, pero para construir otra cosa, para obtener algo.
La violencia del rompedor –del que destruye sus cuadernos y sus libros o la
sala de clases, o que quema los bancos en el estadio– nos desconcierta y no la
entendemos porque no aparece relacionada con un proyecto de cambio, no podemos
comprender lo que el rompedor gana con su acto. Pero el hecho de no entenderla
no quiere decir que sea, necesariamente, incomprensible, sino que nos indica
justamente, que es necesario interpretarla.
En la figura del rompedor se pone de
manifiesto una figura nueva de la violencia. Se trata, por lo tanto, de una
especie de violencia gratuita, que es la que más nos desconcierta. Si logramos
comprenderla, podremos contribuir a orientar el diálogo escolar y la
construcción de eso que se ha dado en llamar la cultura escolar.
El rompedor es el caso extremo de la
especificidad de la violencia juvenil y de la violencia escolar en particular.
Dos hipótesis posibles sobre esta
nueva figura:
• La violencia gratuita del rompedor
manifiesta un malestar sociocultural profundo, un vacío existencial, una
ausencia de proyecto personal.
• La violencia del rompedor estaría
relacionada con una dificultad para inscribir objetivamente una referencia, de
integrarse a un sistema. Detrás de estas hipótesis, se puede entender que el
rompedor, posee:
• Una sensación de invisibilidad
social.
• Un malestar sociocultural.
• Un sentimiento de marginalidad y
exclusión.
• Un desencanto con el mundo
institucional y por extensión con el mundo adulto.
• Una desconfianza en la política.
• La búsqueda de nuevas formas de
expresión sociocultural.
La violencia juvenil gratuita en la
Escuela (pero no sólo en ella), que podemos identificar en la figura del
rompedor, es un signo de que el rompedor no logra relacionar la violencia con
un proyecto. El hecho de que se trate de una violencia que no busca nada, que
no obtiene nada, que no quiere nada en particular, nos indicaría que el
rompedor no tiene nada para construir un proyecto, y que no le basta lo que la
sociedad, la familia o la Escuela ponen a su disposición. El rompedor, en su
exceso, daría testimonio de algo que le falta –un modo de encauzar legítimamente
la violencia necesaria para existir– pero, que no logra decirlo de otro modo
sino rompiendo.
La violencia del rompedor se
relacionaría, además, con una dificultad para inscribir una Ley, donde la
ausencia de una referencia (ethos), sería un síntoma de una dificultad juvenil
para estar determinado por una Ley, por un orden. Al no estar inscrita la Ley
¿contra qué podría rebelarse el sujeto? Para rebelarse, para construir
proyecto, en particular durante la adolescencia, debe existir algo contra lo que
rebelarse, y ese algo debe estar inscrito en el sujeto de alguna manera. Si
esto falta, el sujeto queda imposibilitado de posicionarse y hacer emerger un
proyecto.
La sociedad y, en particular, la
familia, esperan que sea la Escuela la encargada de operar esta inscripción de
la Ley, de transmitir una ética. Esta delegación social de la ética hacia la
Escuela sería un síntoma de una dificultad de la familia, sobre todo de los
padres, de hacerse cargo de dicha tarea. Estamos asistiendo a una renuncia a la
función paterna que moviliza silenciosamente un afán por pasar la
responsabilidad a la Escuela. Ésta, por su lado, da signos de sentir esta presión,
intenta hacerse cargo, pero no puede. La sociedad deja en manos de la Escuela
la cuestión de la ética y la Ley. La verdadera cuestión parece ser: ¿Quién está
hoy en condiciones de autorizarse a fundar la ética y la ley? La
desestabilización de la ética que se está produciendo en Occidente es sin duda
relevante en este problema.
Se debe reconocer que los jóvenes
actuales, yendo más allá de la figura del rompedor, viven en escenarios
socioculturales, económicos y políticos que no les dan cabida a sus
inquietudes, a sus demandas y a sus expresiones, en consecuencia, al no tener
cabida en estos espacios, ni canales de expresión apropiados, los jóvenes se
rebelan de manera poco convencional y utilizan la violencia como medio de
expresión y de gestión de sí. Entendiendo la gestión de sí, como la actividad
psíquica por la cual el individuo trabaja sobre su condicionamiento social (es
decir, sobre sus expectativas y sus límites y la tensión entre ambos), con el
fin de forjar una identidad personal y de actuar sobre los otros.
De aquí que la violencia no se ejerce
contra un poder específico de la sociedad, buscando cambiar el sistema, sino
que es un medio utilizado en la gestión de sí mismo que busca hacerse visible
al conjunto de la sociedad.
Ante la debilidad de los lazos
sociales que proporcionan la familia, los amigos y el mercado, se busca en el
Liceo/ Colegio suplir ese vacío, a integrarse a un ethos mayor, pero dado que
las vías tradicionales de integración extra-escolares presentan dificultades,
se busca, al interior de los espacios escolares, un protagonismo social negado
extramuros, se quiere ser al interior del Liceo/Colegio y, en consecuencia, se
intentan diversos medios para lograrlo.
No se trata de ir al Liceo/Colegio por
ir. El hecho de estar en el establecimiento (estudiando o no), trasciende el
acto mismo de la presencia física; implícitamente, connota y denota un fenómeno
mucho más profundo.
La semantización axiológica del
discurso juvenil devela como resultado un proyecto activo de búsqueda de
integración social. Los ejes semánticos que lo denotan, son los siguientes:
asistir al liceo es algo positivo y ello posibilita integración social.
Bibliografía
* Baeza Correa, J. (2001). El
oficio de ser alumno en jóvenes de sector popular. Santiago de Chile: Ed.
UCSH, Serie Investigación Nº 19.
* Follari, R. (1996). ¿Ocaso
de la escuela? Editorial Magisterio del Río de la Plata. Colección Respuestas
Educativas.
* Sandoval, M. (2004-2006). Proyecto
FONDECYT Nº 1040694. “Figuras estructurales de la violencia escolar. Hacia una
recuperación de la subjetividad educativa”.
* Sandoval, M. (2007). Proyecto
FONIDE. “Claves para el mejoramiento de los aprendizajes desde la convivencia
escolar. Lineamientos para la gestión de la calidad educativa”
* Sandoval, M. (2008-2011). Proyecto
FONDECYT Nº 1080218. “Gestión del conocimiento y reforma del pensamiento en educación.
Reformulaciones epistemológicas y sociopolíticas para programas de formación de
profesores”.
* Villalta Páucar, M. A. y otros.
(2007). “Pasado a llevar”. La violencia en la educación Media Municipalizada.
Revista Estudios Pedagógicos XXXIII, Nº 1, pp. 45-62, Valdivia, Chile.
Nota
1. La expresión
“no ser pasado a llevar” hace referencia a no permitir que otra persona le
falte a uno al respeto. En este sentido ser “pasado a llevar” tiene que ver con
la ruptura de la norma tácita de igualdad entre las personas. Sobre esta
materia es posible ver el trabajo de Villalta Páucar, Marco Antonio (2007).
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